domingo, 6 de noviembre de 2011

Los girasoles ciegos

Estoy pensando en Los girasoles ciegos. Y a la vez, en los girasoles ciegos, que esperan desorientados alcanzar algún rayo que les deje con vida, pero sobre todo, en lo que los desorienta: en ese sol que alumbra la escena y cuyo calor puede ser un enemigo tanto si se acerca como si se aleja. En su forma de deslumbrarlos, de cegarnos, de cegarse a sí mismo.

Maldito sea su deseo, su egoísmo, y su irresponsabilidad. Intenta deshojarnos. Pretende que nos giremos hasta quedar torcidos de por vida. Como ese cura y su insaciable acoso; ese indeseable deseo, esa seducción que sólo ve el que la busca y que es inevitable para quien no quiso despertarla. Un abuso que valiéndose de esa facultad cejadora se ejerce desde el púlpito, desde el poder. Y yo no alcanzo a comprender si se realiza conscientemente, pero entiendo que es culpable: porque seca a los girasoles estén o no ciegos.

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